robot
Del ingl. robot, y este del checo robot’, de robota: ‘trabajo, prestación personal’.
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- m. Máquina o ingenio electrónico programable que es capaz de manipular objetos y realizar diversas operaciones.
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Fuente: RAE
Dice la etimología que la palabra «robot» procede del checo ‘robota’ y que, en concreto, es resultado de la creatividad de un dramaturgo, Karel Capek, que allá por los años veinte del siglo pasado, decidió usarlo para referirse a las «criaturas mecánicas» que el protagonista de su obra R.U.R. había creado «como mano de obra servil». Un siglo después, la voz ‘robot’ nos sigue arrojando la misma imagen: la de una máquina antropomorfa, enchufada a la corriente o a una buena batería y con una inteligencia próxima a la humana —pero sin pasarse, por favor—, cuya única función es responder a las apetencias y necesidades de sus «señores» humanos.
El problema de esta fotografía, como ocurre con cualquier otra, es que solo captura una parte de la realidad, la que cabe dentro del encuadre. Pero ¿qué hay de lo que queda fuera, del contexto que rodea a ese objeto que ha atraído nuestra atención?
Aunque a menudo nos cuesta reconocerlos como tales, la realidad es que llevamos años rodeados de robots. Hay autores que, de hecho, se remontan a los autómatas del antiguo Egipto para poner el contador a cero…
Sin ánimo de despreciar tales ingenios mecánicos de nuestros antepasados, podemos situar el germen de los robots modernos algo más próximo en el tiempo, en el sector industrial a mediados del siglo pasado (la Tercera Revolución Industrial de Rifkin), gracias a los avances en el campo de las tecnologías de la información y la automatización electrónica y digital. De acuerdo con este criterio, la Federación Internacional de Robótica (IFR) otorga el título de «primer robot industrial en funcionamiento» al Unimate que trabajó para General Motors en su fábrica de Trenton (EEUU), manejando piezas de metal caliente en la línea de producción de manillares, palancas de cambio y otros componentes de vehículos.
Fue el primero de una especie que no tardó en marcharse a otros sectores, como la metalurgia o la construcción, para adentrarse después en diferentes áreas de nuestras vidas o, como explica el doctor en Robótica e ingeniero almeriense Ramón González, para estar cada vez más cerca de las personas: «Los robots aparecieron en la industria de la automoción y siempre en almacenes o con sustancias radioactivas, pero hoy en día están en nuestras casas, calles, supermercados… Es apasionante el estado en el que están los sistemas robotizados, la IA o el big data, y eso se está usando para conseguir cosas que antes serían imposibles, como sacar una vacuna para un virus desconocido en menos de un año. Lo importante es que esa tecnología que ya existe se aplique a problemas reales».
Tantos robots como funciones seas capaz de imaginar
Un 8,5% de las empresas andaluzas de más de diez empleados usa algún tipo de robot, según la Encuesta sobre el uso de TIC y comercio electrónico en las empresas, en línea con la media de nuestro país. La IFR distingue, en estos momentos, dos tipos principales de robots: industriales y de servicios.
Los robots industriales son, por ejemplo, los brazos robóticos, de gran tamaño y peso, que pueden verse en las fábricas, normalmente en espacios separados de los trabajadores humanos. En Andalucía, 6 de cada 10 robots utilizados en empresas entran en esta categoría.
Los robots de servicios, por su parte, son todas las demás máquinas que realizan tareas útiles para el ser humano, con parcial o total autonomía, en cualquier ámbito no industrial. Suelen ser más pequeños y móviles. Van desde el robot logístico hasta el que se usa para ayudar en un proceso de rehabilitación. En Andalucía, la penetración de estas máquinas entre las empresas usuarias de robots es de un 49%, con una utilización intensiva en tareas de limpieza y eliminación de residuos, gestión de almacén, y vigilancia, seguridad e inspección.
En los últimos años, la IFR ha comenzado a referirse, además, a una subcategoría del robot industrial o a caballo entre este y el de servicios, el cobot: una máquina que, por sus características (menores dimensiones y peso, sensores que le hacen detenerse cuando se acerca una persona o detectan el contacto humano), puede estar en el mismo espacio que el trabajador o colaborar con él en una misma tarea.
Para los expertos consultados, los grandes desafíos de la robótica a día de hoy están en lograr cada vez una mayor autonomía y en mejorar las formas de comunicación con el ser humano.
Ayudantes invisibles
Volviendo al caso del primer robot industrial de la historia, el hecho de que la IFR detalle que «manejaba piezas calientes» no parece baladí: la máquina venía a hacer algo que, a priori, podía ser molesto o dañino para un empleado humano. «La robótica es una disciplina científico-tecnológica que encuentra muchas aplicaciones con un impacto social relevante, como hacer que las personas tengan mejores condiciones de trabajo», introduce uno de los referentes en robótica de Andalucía, el catedrático de Sistemas y Automática de la Universidad de Sevilla, Aníbal Ollero. Esa, dice, es la motivación central de la mayor parte de las aplicaciones y proyectos que él mismo desarrolla. «No se trata de sustituir a las personas o sustituir a trabajadores manuales por máquinas, sino de que trabajen con las personas y les presten servicio».
De acuerdo con el estudio World Robotics 2020 de la IFR, los robots instalados en las fábricas de todo el mundo suman ya un total de 2,7 millones de unidades, con un crecimiento del 12% anual. La automoción todavía aglutina un 28% de todos ellos, seguida de la industria eléctrica y electrónica (24%), la del metal (12%), la química (5%) y la alimentaria (3%). En las sombras, esas máquinas han conseguido durante años reducir costes de producción y aumentar la productividad, gracias a la optimización que introducen en la ejecución de ciertas tareas. Al fin y al cabo, pueden estar operativos 24/7, sin descanso ni vacaciones, encargándose de las labores más repetitivas y tediosas y liberando a las personas para ocuparse de otras tareas. Un análisis publicado en The Review of Economics and Statistics por Georg Graetz and Guy Michaels estima que la introducción de robots en la industria en diecisiete países del mundo (EEUU, Australia, Corea del Sur y otros catorce europeos) entre 1993 y 2007 ya resultó en aumentos de productividad similares a los que había producido la máquina de vapor entre 1850 y 1910 en Reino Unido. Y eso que, al final de la primera década de nuestro siglo, el número de robots instalados era menos de una tercera parte de los actuales.
En términos cualitativos, destacan las mejoras directas que el uso de robots ha supuesto para la salud y seguridad de los trabajadores. Por supuesto, no puede obviarse que la irrupción de brazos y estructuras automatizadas en las factorías no ha sido ni es sencilla, dado que ha resultado en nuevos tipos de riesgos y accidentes —por no hablar del eterno debate en torno a la destrucción de puestos de trabajo—. Sin embargo, el balance acaba siendo positivo. La propia Organización Internacional del Trabajo lleva años apuntando al papel de los robots y los exoesqueletos en la disminución de los trastornos musculoesqueléticos causados, por ejemplo, por sobreesfuerzos físicos, así como en la reducción de jornadas de trabajo eternas o la exposición a productos químicos o biológicos dañinos.
Operando donde nadie puede o debería entrar
En Andalucía, Antidio Viguria, Director Técnico de Aviónica y Sistemas del Centro Avanzado de Tecnologías Aeroespaciales (CATEC), ha dedicado buena parte de su carrera a crear robots que ayudan en labores de inspección en zonas peligrosas o en altura. Instalaciones como las refinerías necesitan un control exhaustivo y continuo del grosor de las tuberías por las que circula el petróleo para evitar fugas y roturas, pero esa evaluación solo puede realizarse por contacto. Es una labor que, tradicionalmente, ha hecho una persona, pero a través del proyecto Piloting, Viguria y su equipo desarrollan una tecnología capaz de cumplir con esta función, evitando la exposición del trabajador.
Por su parte, en ese mismo campo, el de la robótica aérea, Aníbal Ollero lidera AERIAL—CORE, uno de los mayores proyectos de investigación e innovación en este área de la Comisión Europea y con el que esta tecnología se pone al servicio del mantenimiento y la reparación de líneas eléctricas y otras grandes infraestructuras lineales. El también coordinador del Grupo de Robótica, Visión y Control de la Hispalense —el más grande de Europa en su categoría— investiga para crear una nueva generación de drones que, al no tener hélices como los actuales y utilizar un mecanismo de vuelo similar al de los pájaros, no solo puede transportar paquetes, sino también posarse e interactuar con seres humanos sin causarles daño. A través del proyecto GRIFFIN, aspira a dar a luz a verdaderos aliados para actuaciones críticas de búsqueda y rescate en zonas a las que no se puede acceder con medios convencionales, como un helicóptero. Por sus características, estos drones podrían llegar a interactuar directamente con la persona herida o en peligro, «tomando medidas biométricas (ritmo cardiaco, sangre) y comunicando su estado, llevándolo un respirador o incluso colocándole arneses o cables para su evacuación», explica. Estos proyectos, añade, continúan con el desarrollo de los robots manipuladores aéreos, una nueva área de investigación que él mismo creó hace diez años y que lidera internacionalmente.
«No se trata de sustituir a las personas o sustituir a trabajadores manuales por máquinas, sino de que trabajen con las personas y les presten servicio», Aníbal Ollero
Ollero, de hecho, coordinó Iberian Robotics, el equipo andaluz que a principios de 2020 ganó el Challenge 3 de la Mohamed Bin Zayed Internacional Robotics Competition (MBZIRC), una de las competiciones de robótica más importantes del mundo. En este caso, el grupo de investigadores, entre los que también se encontraba Antidio Viguria, consiguió superar el desafío en el que un equipo de drones y un robot terrestre debían interactuar de forma colaborativa para extinguir autónomamente una serie de incendios.
En el caso de incendios y derrumbes, los equipos de emergencias llevan años utilizando robots que realizan la primera incursión en las zonas o edificios afectados para inspeccionar el estado de las estructuras o trazar un mapa que guíe a estos profesionales. Hay robots que detectan minas enterradas y desactivan bombas, o que se encargan de la limpieza de áreas radiactivas, como los que han sustituido a los humanos en Fukushima (Japón) tras el tsunami de 2011.
De la exploración espacial al campo andaluz
El ingeniero almeriense Ramón González pasó tres años trabajando en el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) en EEUU. Allí se ocupó de varios proyectos, entre ellos el de desarrollar vehículos de exploración espacial para la NASA. Es uno de los campos en los que ve más potencial para la robótica: «La tecnología nos acerca cada vez más a nuevos planetas como Marte, pero antes de que vaya una persona, tenemos que saber qué hay allí».
Suma a su apuesta el transporte, para hacer vehículos más seguros e incluso autónomos, y la medicina, donde un robot puede llegar a encargarse de evaluar y derivar a los pacientes en urgencias según su nivel de gravedad, o del reparto de medicamentos en hospitales. Y además la agricultura, el sector para el que ha decidido desarrollar, con la creación de su empresa Robonity, soluciones de robótica e IA desde su tierra natal.
Pensando en sectores de futuro y máximo desarrollo, el informe anual de la Federación Internacional de Robótica llama también la atención sobre las aplicaciones que la crisis sanitaria provocada por la COVID-19 ha sacado a relucir en limpieza y desinfección, donde espera crecimientos de doble dígito a lo largo de 2021, y en logística de última milla. Y destaca el hecho de que apunte a las funcionalidades que los robots de servicio tendrán en la asistencia a los mayores y las personas con discapacidad en los próximos años.
El impulso necesario
A juicio del ingeniero almeriense, una buena parte de esas oportunidades pueden liderarse desde la región: «Andalucía es una tierra de innovación. Se suele mirar a Silicon Valley, a Steve Jobs o a Bill Gates y eso está muy bien, pero muchas veces se olvida que aquí hace cuarenta años se inventaron los invernaderos que a día de hoy dan de comer a medio Planeta Tierra y que mueven más de 3.000 millones de euros al año”. Aunque, claro está, eso exige una apuesta firme, tanto pública como privada, por la investigación en este campo.
Es aquí donde los expertos consultados llaman la atención sobre la falta de financiación y el destino de los fondos cuando llegan —a menudo están reservados a los niveles de madurez tecnológica más bajos—, y sobre los todavía limitados niveles de transferencia tecnológica de nuestro país.
Sea como sea, la robótica en particular tiene un peso cada vez mayor en los planes públicos y privados de I+D, a todos los niveles. La UE ya la incluyó en su programa Horizonte 2020 con una partida de 780 millones de dólares y la califica como clave para hacer frente a retos como el envejecimiento de la población o el cambio climático. Por su parte, desde hace unas semanas, nuestro país cuenta con una Estrategia de Inteligencia Artificial —tecnología clave para el desarrollo de la próxima generación de robots—, y la robótica se ha hecho un hueco en planes regionales como el andaluz, donde se considera estratégica junto a la industria aeroespacial o los drones. Pequeños grandes pasos que, sin perder de vista los desafíos que plantea —por ejemplo, en materia de empleo—, permitirán su pleno desarrollo, con los beneficios que esto supondrá para la economía y el conjunto de la sociedad.
Artículo original publicado en la revista AndalucíaEsDigital, en enero de 2021
Foto de portada: Simon Kadula en Unsplash.
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