Fue en septiembre. Lo recuerdo bien porque, por aquellas fechas, todavía nos quedaban días de sol y conservaba el buen humor. Además, después de tres años, Londres había dejado de ser un lugar inhóspito para ser, simplemente, “una ciudad más”. Lo recuerdo también porque fue en un local pequeño. Y porque se llenó. Y porque fue la primera vez que me planteé de verdad que quizás sí que era posible hacer móviles de otra manera.
Era 2013 y Bas van Abel estaba allí para revolucionar el mundo de la telefonía inteligente, convencido y convincente. Fairphone venía a ser el primer smartphone “justo”, con las personas, con la sociedad y con el planeta. Lo primero, porque pagaba salarios dignos a quienes participaban en cada fase de la cadena de producción; lo segundo, porque, entre otras razones, utilizaba materiales de zonas libres de conflicto; y lo tercero, porque era el primer móvil que conseguía llegar al mercado con cierto éxito −avalado por una campaña de crowdfunding− habiendo sido diseñado con criterios de economía circular.
“ — ¿Economía qué?
— Economía circular.”
Fairphone me rompió los esquemas, como creo que le pasó a muchas de las personas para las que, por aquellas fechas, “verde” o “sostenible” eran sinónimos de reciclado o reciclable. En esa primera edición, el teléfono inteligente no estaba hecho con materiales ni de un tipo ni de otro, pero era modular y estaba pensado para ser fácilmente reparable y, por tanto, para durar. Ahora sí que estaban cambiando las cosas.
Reciclamos menos del 20% de los 50 millones de toneladas de residuos electrónicos que generamos
En un contexto en el que, según Naciones Unidas, reciclamos menos del 20% de los 50 millones de toneladas de residuos electrónicos que generamos, la mejor (o menos) basura es aquella que nunca se produce y, quizás, ese es uno de los principios clave de la economía circular: acabar con el concepto de “residuo” (y de mera gestión del mismo) para pensar el proceso de producción y consumo como un circuito cerrado en el que la energía y los recursos empleados nunca se desperdician sino que se transforman. Curiosamente, igual que funciona la propia naturaleza.
Un árbol nace en la tierra, crece alimentándola y alimentándose de ella, para volver al final de su vida a esa misma tierra, abonándola y estimulando nuevas vidas. Pues bien, apliquen ahora ese mismo modelo a cualquier producto que se les pase por la cabeza, ya sea un teléfono, un mueble o, mejor aún, un pantalón vaquero −que es una de las prendas de vestir más comunes en nuestros armarios, pero también una de las que producen una mayor huella medioambiental−, y piénselo de manera circular.
Nos situamos en la casilla de salida usando la menor cantidad de materias primas posibles en su proceso de producción y engendramos ese objeto de manera que pueda mantenerse el mayor tiempo posible en circulación. Para ello es necesario que pueda repararse, y/o que, cuando llegue al final de su vida útil, se pueda usar para otro fin −reutilizarse− o reciclarse para volver de nuevo al principio del ciclo. De este modo, el proceso se reinicia pero, de entrada, con una menor cantidad y dependencia de esas mismas materias primas que mencionábamos hace unas líneas.
Para pasar de lo abstracto a lo concreto, y por seguir con el ejemplo del móvil, según la Fundación Ellen MacArthur, referente de la economía circular en el mundo, el coste de fabricación de un celular podría reducirse en un 50% por dispositivo si se incentivara su devolución a las empresas fabricantes y fuera más fácil desmontarlos para reaprovechar y reciclar sus piezas. Eso sin tener en cuenta el ahorro en otros recursos necesarios para su fabricación, como el agua o la energía.
El 77% de los europeos ya prefiere poder reparar los productos antes que deshacerse de ellos
De este modo, la economía circular dista mucho de ser solo una pequeña oportunidad para el planeta para convertirse también en una gran oportunidad para las empresas. Pero es que, además, pensar de manera circular nos obliga a darle a la máquina de la creatividad, entrando de lleno en la configuración de nuevas vías de ingresos. Si creo una lavadora para que dure el máximo tiempo posible, a buena cuenta me aseguraré, como mínimo, la provisión del servicio de mantenimiento de la misma. Eso por no hablar de los beneficios y sinergias que pueden resultar si me ocupo también de la logística, la recogida, la reventa, la fabricación de piezas de repuesto o el reacondicionamiento del producto. Y, si me apuran, ¿qué hay de olvidarnos de la venta y limitarnos a alquilar ese electrodoméstico? En todos esos casos se produce, además, otro resultado colateral: mayor interacción con el cliente, mayor intimidad y, por tanto, una ocasión más para ganarnos su lealtad e incluso explotar el cross-selling.
Reducción de costes, generación de empleo, innovación y competitividad… y todo ello en un momento en el que parece que, de todos modos, no nos va a quedar otra alternativa, porque la propia UE se está poniendo seria con estas cuestiones. Sin ir más lejos, la Comisión Europea presentaba en octubre su nueva regulación para luchar contra la obsolescencia programada y hace solo unas semanas anunciaba, dentro de su European Green Deal, que propondrá nuevas medidas para la producción y distribución de dispositivos electrónicos reusables, duraderos y reparables. Y, si eso no les convence, les dejo otro dato que puede que les interese más: el 77% de los europeos ya prefiere poder reparar los productos antes de deshacerse de ellos. Es nuestro right to repair.
Con el cierre de año que nos ha dado la COP25, evidentemente no me van a comprar la moto de que la economía circular es la solución indiscutible a la crisis climática. Tampoco lo creo yo, porque, para empezar, no partimos de una hoja en blanco −¡qué más quisiéramos!−, sino que tenemos delante un montón de papeles bastante emborronados y, aunque fuéramos capaces de implementar modelos circulares al 100%, nuestros vertederos ya están llenos de basura de la que no podríamos deshacernos ni aunque quisiéramos de verdad. Pero de ahí a pensar que un futuro a lo Wall-e es ya del todo inevitable hay una distancia lo suficientemente grande como para salvarla con un poquito de ingenio y cuarto y mitad de voluntad.
Creo poco en los milagros −nunca diga nunca−, pero soluciones sí que tenemos. Así que les invito a ser un poco curiosos y a investigar. O a seguir leyéndonos y a compartir impresiones, que seguro algo aprenderemos. :)
N.B. Aparte de ser un smartphone modular y que utiliza cada vez más materiales reciclados, Fairphone es una empresa social que, desde sus inicios, ha colaborado y coopera muy estrechamente con otras iniciativas de recogida y reciclaje de basura electrónica como ‘Closing the Loop’. Incentiva el reciclaje y la entrega del propio Fairphone y realiza una importante labor de sensibilización y concienciación sobre economía circular y ‘fair electronics’. Todo un ejemplo de cómo aplicar la circularidad y la responsabilidad en cada uno de los puntos en los que se conectan empresa y sociedad.
Artículo original publicado en Divergentes, el 9 de enero de 2020
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